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Partidos y Política hacia una transición congénita al ADN de la Naturaleza

Partidos y Política hacia una transición congénita al ADN de la Naturaleza

La crisis planetaria de la historia reciente con sus efectos sobre la contaminación, el calentamiento global, la emergencia climática, etc., se enfrenta con demasiada frecuencia a soluciones tecnológicas y a propuestas que, de implementarse, muchas veces pueden empeorarla aún más.
Más allá de la capacidad de transitar la civilización hacia una forma basada en energías renovables, lo que requiere un tiempo medio-largo por adaptaciones tecnológicas, procesos, estilos de vida, etc., el punto central de la cuestión no es tecnológico sino holístico.
La transición, para ser sostenible durante un período muy largo, debe realizarse siguiendo los modelos y principios funcionales implementados por la Naturaleza. Recuerda que en el mundo real en el que vivimos no existe el movimiento perpetuo, estamos en un sistema inercial que produce entropía y, por lo tanto, incluso la vida eventualmente tendrá que lidiar con esta verdad ineludible. Sin embargo, la naturaleza ha implementado una serie de precauciones que “se oponen” a la fugacidad de las cosas. Estas medidas permiten aprovechar al máximo la energía disponible (que en gran parte es solar) y compartirla con una serie de pasajes entre todos los seres vivos que compiten en ella (biodiversidad) a través de una división de habilidades y roles. La naturaleza tiene una ética en ella.
Así, una transición ecológica que no ponga en práctica esta ética y, por tanto, esta política, está destinada no sólo al fracaso sino a agravar la crisis planetaria que preferiría resolver. La cuestión, como se mencionó, es por lo tanto de naturaleza holística y por lo tanto de un enfoque económico-político diferente.
Si, por tanto, en el campo de las energías renovables, el sistema no contempla la participación de todas las personas en esta compleja tarea y rol (energiocracia), el resultado final será el de haber creado grandes «organismos energéticos» que, si bien producen energía a partir de fuentes no renovables, tienen la característica de sistemas ecológicos (compartición, fragmentación de capacidades, etc.), generando desequilibrios en la producción, en el acaparamiento de recursos, en la distribución, etc. Punto final y soluciones diferidas y agravadas.
Estas directrices, por tanto, principalmente de carácter político y económico, son la base de la transición ecológica; un debate que todavía se encuentra en un limbo donde la incompetencia y la confusión reinan con demasiada frecuencia y que, sin embargo, ha visto un rayo de luz en los últimos días.
Me refiero al discurso del Presidente de la República, Sergio Mattarella, sobre la juramentación del segundo mandato; un hilo lógico que deja entrever una nueva esperanza en la que los derechos sociales y la ecología se imponen sobre razonamientos de carácter técnico demasiado estéril.
Los últimos escenarios políticos, más allá de la orientación de las fracciones parlamentarias individuales, han dicho mucho más de lo que se podría pensar. El liberalismo, con su ideología política estéril e inexistente, nos ha dejado a todos huérfanos de esos saberes y de esas tradiciones culturales y morales, fruto de una historia milenaria. Todos somos más pobres.
Un modernismo desvinculado de la historia, como lo fue el liberalismo y sus doctrinas político-económicas, no puede resolver los problemas de una transición que debe tener, por el contrario, raíces profundamente humanistas por haber sido generadas por una relación milenaria entre la Humanidad y la Naturaleza.
Seguir haciendo afirmaciones como «aumentemos el consumo» o «aumentemos el PIB» no solo no son ecológica y termodinámicamente correctas sino que empujan a la sociedad (y por tanto a la economía) hacia una deriva mucho más peligrosa que el uso de energía de origen fósil. . La solución está en otra parte y espléndidamente afrontada a lo largo de los años por EF Schumacher (Bonn, 16 de agosto de 1911 – Suiza, 4 de septiembre de 1977), economista, filósofo y escritor alemán que teorizó modelos económicos estables y sincrónicos a la Naturaleza y que encuentran gran protagonismo en su obra de 1973 «Lo pequeño es hermoso«.

Como se mencionó, por otro lado, la Naturaleza contiene las soluciones y estas no son solo de naturaleza “tecnológica” sino que tienen una predeterminación holística, conformada por principios insuperables de justicia y equidad: el compartir, la coparticipación, la igualdad de derechos, la reciprocidad. , etc.. Leer con más fuerza que los diez mandamientos porque no se transmiten de palabra (aunque estén grabados en monolitos) sino que son inherentes a la estructura misma de la materia y de sus cosas.
De hecho, desde muchas partes estamos asistiendo a afirmaciones o declaraciones que parecen más fruto de personalidades o intereses particulares sin que, sin embargo, funcionen de forma mucho más correcta para establecer los principios sobre los que moverse.
La referencia a soluciones improvisadas como la de plantar miles de millones de árboles sin una planificación ecológica real o la de cubrir miles de hectáreas de suelo agrícola con sistemas fotovoltaicos con un planeta que cada vez necesita más alimentos (y de buena calidad), por citar dos de las muchas propuestas que denotan la falta de un timón que no puede confiarse a la economía sino a la política.
Una política que debe reapropiarse de una lengua antigua, porque se basa en la historia humana (y en este sentido nos consideramos afortunados de vivir en un país, como Italia, custodio de una de las Constituciones más bellas del planeta) y de una nueva visión, fruto de esa concepción holística de una ecología de segunda generación; de esa “Ecología Integral” reiteradamente subrayada en varios documentos y discursos del Papa Francisco y retomada, precisamente en su segunda instalación por Sergio Mattarella quien, a decir verdad, ya había comentado favorablemente en junio de 2015, pocos días después del estreno de la Encíclica Laudato Sì”.
Ya no podemos creer en ninguna derecha, izquierda o centro desvinculada de estos principios; la crisis en el voto de los ciudadanos es el resultado de una no correspondencia de los valores (o más bien no-valores) propuestos por el mundo político actual que chocan con aquellos valores espirituales profundamente arraigados en el alma humana, idénticos, en el nivel trascendente, a los códigos de ADN de nuestras células.
Estamos ante una política desconcertada, en busca de un eslogan efectivo, de seguidores o likes, que no sólo dejen el tiempo que encuentran sino que no representen ninguna respuesta a las expectativas humanas.
Una transición que debe estar dictada por una profunda conversión de la política. Para decirlo como Gandhi «… la política despojada de religión es una inmundicia absoluta, siempre a evitar», precisando, al respecto, que para la cultura y filosofía del Mahatma (que era hindú) el concepto de religión tenía por encima todos los fundamentos naturales la etica y la moral son esenciales. La historia y el pensamiento de Gandhi, representan aún hoy, un «camino ecológico» aún no superado por ninguna otra visión.
La moraleja de lo anterior es simple.
La mesa política debe volver a ponerse con ese ingrediente que vuelve a hacer sabroso el plato: la sal. Una sal no hecha de consignas y momentos electorales (y por tanto de mal gusto) sino de principios y reglas que ya están escritas en los mandamientos de la Naturaleza.
Sin esta sal solo veremos el final ignominioso de la política y nos encontraremos en la mesa de los acusados ​​de ese tribunal al que nos llevarán las generaciones futuras.

Guido Bissanti




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