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Las dos tecnologías

Las dos tecnologías

La crisis del siglo XXI ha abierto un frente de discusión y debate sociopolítico que sólo la posteridad podrá evaluar más cuidadosamente.
Las emergencias sociales, ecológicas y ambientales parecen haberse concentrado todas al mismo tiempo hasta el punto de molestar, quizás por primera vez en la historia de la humanidad, a filósofos, científicos, políticos y a la gente corriente en el intento de encontrar soluciones viables.
Evidentemente, como ocurre en la teoría de la relatividad, donde un hipotético viajero que se acercara progresivamente a ella comenzaría a percibir cada vez más sus efectos (aumento incremental de la energía y masa necesarias, efecto de distorsión, llamado Lampa-Terrell-Penrose, percepción diferente de colores por efecto Doppler, ralentización del tiempo, etc.) por lo que la civilización actual está percibiendo los efectos de su interferencia en el planeta Tierra al alejarse de sus condiciones primordiales de naturalidad.
Recordemos que los primeros humanos que aparecieron en el planeta fueron cazadores y recolectores, muy ligados a los ritmos ecológicos del planeta y numéricamente irrelevantes frente a las interferencias producidas.
A medida que la humanidad comenzó a domesticar especies, a través de la agricultura, a preparar las primeras herramientas, en forma de la primera civilización artesanal y, posteriormente, preindustrial, inició un largo pero gradual camino evolutivo en el que, el orgullo por los descubrimientos y una cierto delirio de omnipotencia (comprensible en su fase juvenil) la llevó hacia un paulatino desapego de los códigos y principios de la Naturaleza.
Recordemos que la Ilustración basó su creencia en la diosa de la razón, un «culto» nacido especialmente en Francia entre finales de 1792 y 1794 y del que surgieron la mayoría de las ideologías modernas y posmodernas.
Este progresivo distanciamiento ha generado culturas, civilizaciones y políticas que poco a poco se alejan de las reglas de la Naturaleza, creando una creciente interferencia tanto por cuestiones «tecnológicas» como por factores numéricos (crecimiento poblacional).
El objeto de esta reflexión es precisamente la cuestión «tecnológica».
Podemos afirmar, sin temor a contradecirnos, que la verdadera divergencia entre el ecosistema humano y el ecosistema natural reside precisamente en lo que, de forma ultramoderna, podemos definir como «tecnología», es decir, aquellos métodos y sistemas puestos en práctica lugar para procesar la energía, la información y el material disponible.
Hoy la mecánica cuántica nos dice que toda la realidad de la que estamos hechos y que nos rodea es un continuo energía-información y materia que, incesantemente elaborada e intercambiada, permite que la Vida exista y subsista. R. La conocida ecuación de Einstein E=mc2 no es la síntesis más sublime.
Y. Prigogine (Moscú, 25 de enero de 1917 – Bruselas, 28 de mayo de 2003), premio Nobel de química en 1977, nos dice que la vida existe debido a una condición predeterminada de inestabilidad y que esta condición previa ha sido abordada por los sistemas naturales a través de una particular «tecnología».
La tecnología de la naturaleza aprovecha la fragmentación de los sistemas de procesamiento de energía, información y materia (también a través de la biodiversidad y la ecodiversidad) y el intercambio de roles y habilidades, así como la máxima miniaturización matemático-espacial (típica de los fractales – estructuras replicadas en las hojas, en los alvéolos pulmonares, en bases de datos de información, como ADN, etc.) para darle mayor eficiencia al sistema en espacios compatibles y permitidos.
Podríamos definir la tecnología de la Naturaleza como la mayor representación democrática existente en el Universo. Ningún país, ninguna comunidad humana, ningún sistema de agregación social puede presumir de tal distribución y corresponsabilidad de habilidades e interacciones.
En el otro extremo de este hipotético hilo que une (o divide) el ecosistema social con el natural encontramos la tecnología humana. Una tecnología que ha visto, especialmente después de la primera y la segunda industrialización, la aplicación de criterios muchas veces, y con frecuencia, opuestos a los seguidos y «aplicados» por la naturaleza.
Recordemos los grandes complejos industriales, el uso de combustibles fósiles para alimentarlos, la monoespecificidad de la clase trabajadora, la industrialización agrícola, las grandes cadenas de distribución, etc., para comprender cómo nuestra civilización ha creado un mundo notablemente contrastante y divergente con el natural. .
Al igual que en la velocidad de la luz, donde los efectos se vuelven cada vez más evidentes a medida que se acerca al límite máximo, los efectos de la tecnología humana se han vuelto cada vez más evidentes al haber interferido con los naturales en términos de calidad y cantidad.
No en vano muchos científicos han propuesto el término antropoceno para justificar la interferencia y el impacto de los asuntos humanos en el planeta.
Así afirma la ONU que “La Crisis Climática es una Crisis Social”; crisis en la que el cambio climático obliga a huir a unos 20 millones de personas cada año. Sin embargo, su derecho a ser protegidos y ayudados es muy limitado. Se trata, por tanto, de una crisis social que afecta especialmente a quienes menos contribuyen a las causas del cambio climático. Y así habla la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) de una crisis ecológica y pérdida de biodiversidad sin precedentes en la historia planetaria.
Lo que se llama transición energética o, más generalmente, transición ecológica, se convierte, por tanto, en objeto de una reflexión seria y profunda, es decir, que el centro de esta transición no esté ligado al cambio de los sistemas energéticos (de fósiles a renovables). o a una sostenibilidad a menudo imbuida de greenwashing pero de una conversión social hacia los mismos principios en los que se basa la «tecnología» de la Naturaleza. Lo que el Papa Francisco define como “Ecología Integral”.
Hacia esa alta e inalcanzable democracia participativa que implica participación, compartir, fragmentación de habilidades y roles, igual dignidad de derechos y deberes, etc. el sistema democrático más perfecto al que un país puede aspirar.
Ciertamente hemos llegado, parafraseando la conocida película Star Trek,… donde ningún hombre ha llegado antes o, para traducirlo a la jerga social y política: hemos alcanzado el umbral de una nueva frontera de la historia donde la política debe nutrirse y, sobre todo, aplicar una nueva base ideológica que vea, al menos en la emulación de los principios democráticos de la naturaleza, una nueva frontera de justicia y bienestar reales.
Ha llegado el momento de avanzar decididamente hacia la «tecnología» de la naturaleza.

Guido Bissanti




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