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Agricultura y organizaciones sociales

Agricultura y organizaciones sociales

Las innegables emergencias sociales, ambientales y climáticas que caracterizan este período histórico requieren un cambio en las reglas de la política y la economía; una tensión que ha sido abordada en los últimos tiempos con los esfuerzos tanto de Naciones Unidas, como de las distintas conferencias intergubernamentales y, sobre todo, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la estrategia, más conocida como Agenda 2030, lanzada en 2015 por 193 países, y la Unión Europea, con su Pacto Verde de 2019.
Entre otras cosas, en 2020, con la estrategia De la granja a la mesa, la UE se propuso un gran objetivo, con pasos hacia 2030 y 2050, que, en palabras sencillas, pone la manera de producir alimentos y consumirlos, considerando, con razón, cómo Este aspecto será central en una perspectiva futura de ecología integral.
La estrategia De la granja a la mesa es, en resumen, un programa que, además de la sostenibilidad ecológica de la producción de alimentos, también pone énfasis en otras tres cuestiones:
– prevención de pérdidas y desperdicios de alimentos;
– procesamiento y distribución sostenible de alimentos;
– consumo sostenible de alimentos.
Temas y sectores totalmente relacionados, hasta el punto de que el objetivo agroecológico no puede abordarse y reducirse sólo a la producción de alimentos sino a todas las interconexiones entre este proceso y los insumos y productos conectados, que no deben abordarse sólo desde un punto de vista tecnológico. visual pero principalmente cultural.
La centralidad obviamente sigue siendo la de la producción de alimentos u otros servicios que se mueven sinérgicamente con las reglas de los ecosistemas y los hábitats en los que existen las empresas agrícolas; un intercambio de reglas y principios que coloque a los sistemas agrícolas y ecológicos en perfecto diálogo y no en oposición.
En este sentido hay que destacar un aspecto al que, no pocas veces, la llamada transición ecológica no presta suficiente atención; La transición ecológica, de hecho, no es sólo una cuestión de carácter energético sino que es el paso o, si lo preferimos, el paso de ese modelo de sociedad líquida, tal como lo definió Zygmunt Bauman (1925 – 2017) y liberalista, a una agregado, fundamentado, entre otros aspectos, en una economía circular.
Es imposible construir un sistema agroecológico sin intervenir en todas las contradicciones e impactos negativos sobre el medio ambiente y la sociedad causados ​​por la llamada modernidad.
En este contexto, los dos tejidos, el rural y el urbano, también tendrán que sufrir una reorganización estructural, un reequilibrio de sus dinámicas evolutivas.
La agroecología y el reordenamiento territorial son dos procesos inseparables. Como en un proceso osmótico, los intercambios e interacciones entre la forma de producir y distribuir alimentos, junto con una reconversión circular de toda la economía, contribuirán a redefinir las relaciones entre el territorio rural y los centros habitados.
Este proceso deberá reconstruir una reciprocidad que evite el crecimiento continuo de las grandes ciudades y el vaciamiento de los pequeños pueblos y zonas internas.
Entre otras cosas, los principios que inspiran las teorías modernas de planificación deben seguir líneas de diseño coherentes con los principios del desarrollo sostenible y la protección del medio ambiente, tanto en un intento de poner freno a la antropización, cuya expansión frenética está transformando sistemas naturales irreversibles, como en un intento de para mejorar la calidad de vida de las generaciones presentes y futuras (Bissanti G. et al. 2021).
De hecho, el límite de la actual civilización occidental ha sido el de abordar las cuestiones ecológicas con un enfoque puramente técnico y sectorial, descuidando a menudo la complejidad de las reglas y procesos de los ecosistemas en juego.
Baste decir que hoy en Italia (como ocurre en otros países europeos), según datos recientes del ISTAT, hay un desequilibrio en la distribución de la población, con dos millones de casas sin uso en 5.627 pueblos, cada vez más vacíos y despoblados.
Si queremos armonizar la ósmosis entre los ecosistemas naturales y humanos, es necesario frenar la despoblación de áreas internas, promoviendo y activando una serie de políticas que favorezcan esta inversión.
De hecho, mientras se siguen construyendo enormes suburbios urbanos, en los últimos 40 años ha habido nada menos que 2.000 pequeñas ciudades que han perdido el 80% de su población, y entre ellas 120 han perdido entre el 60 y el 80%.
ISTAT nos dice que a 31 de diciembre de 2020, la población de las zonas internas es de media mayor que la de los centros habitados (45,9 frente a 45,3 años), en los municipios más periféricos la población tiene una media de 46,9 años frente a 44,8 años en los municipios del cinturón. (Bianchino A. et al. 2022).
El índice de vejez en las zonas internas es sensiblemente superior al de los centros (196,2 y 178,8), en los municipios más periféricos hay más de 223 personas mayores por cada 100 jóvenes. Son los municipios del cinturón los que registran un menor grado de envejecimiento.
Entre 1951 y 2019, la población de los centros creció de media un 5,1‰ en Italia y un 4,8‰ en el Sur.
Las zonas interiores del sur de Italia, sin embargo, han perdido 1,2 millones de habitantes (-2,5 ‰ de media anual; Italia -1,6 ‰) y un municipio de cada tres ha perdido población sistemáticamente desde 1951.
Durante los próximos 50 años, según el escenario de pronóstico «mediano», se espera una disminución gradual pero continua de la población residente. Los nacimientos futuros no compensarán las muertes futuras y el escenario migratorio es positivo pero incierto.
La edad media aumentará constantemente, dentro de 50 años la población del Sur será significativamente mayor que la del Norte y la del Centro.
Para los municipios que se encuentran dentro de las zonas internas, la situación demográfica parece aún más desfavorable.
La proporción de municipios con un saldo poblacional negativo en la década aumenta al 95%, registrando una reducción demográfica general del 9,6% (10,4% considerando solo el Sur) (Bianchino A. et al. 2022).
En última instancia, necesitamos una medida nacional contra el abandono de viviendas en pequeñas ciudades y zonas rurales, para evitar la perturbación ecológica, hidrogeológica y social que nos afectará cada vez más, independientemente de dónde vivamos y qué hagamos. Basta pensar, entre otros aspectos, en la proliferación de incendios estivales que cada vez están más ligados, no tanto y sólo al fenómeno del calentamiento global, sino, entre otros factores, a un proceso de vaciamiento de las zonas rurales y de su cuidado y mantenimiento. que fue implementado a lo largo de los siglos por las poblaciones rurales.
Es necesario activar políticas que sitúen en el centro a todos aquellos municipios internos, periféricos, rurales, serranos y de menor tamaño demográfico, que sin embargo abarcan, por extensión, el 54,1% de la superficie total de la península. Zonas que presenten ventajas para la calidad de vida de los ciudadanos, que aseguren, a través del cuidado de los residentes, la protección de la naturaleza así como la protección del territorio y la conservación del paisaje.
Según algunas proyecciones estadísticas y económicas, el conjunto de estas externalidades positivas para el medio ambiente, los llamados «servicios ecológicos», valen al menos 93 mil millones al año, casi el 5% del PIB.
Si no se reequilibran y conectan las poblaciones, con su biodiversidad territorial, con sus peculiaridades, tradiciones, etc., no es posible reescribir una historia futura ecológicamente correcta y, por tanto, libre de todas aquellas distorsiones que nos han llevado a una historia cada vez más humanidad pobre en un planeta cada vez más degradado.
En este sentido, se deben establecer nuevas reglas entre producción y uso, a través de intercambios y conexiones basadas en entropías mínimas tanto desde el punto de vista espacial como ecológico y energético. Recuerda que cada masa requiere más energía para ser transferida, mayor es la distancia a recorrer.
Debe establecerse una relación de la mayor proximidad posible entre la producción de alimentos y otros servicios agroecológicos y los lugares de uso de estos bienes, de lo contrario los esfuerzos por obtener procesos de producción energética y ecológicamente eficientes se verán constantemente socavados por un ambiente discordante e inadecuado.
Asimismo, la necesidad de salvaguardar la integridad de los alimentos, que recorren mayores distancias, exige un mayor uso de materiales de conservación, refrigeración, conservantes, etc.; factores que luego requieren mayores aportes de energía y la liberación al medio ambiente de subproductos (CO2, plásticos, materiales diversos, etc.) cuya recuperación y reciclaje conduce a nuevos aumentos de entropía y, por tanto, a una pérdida de potencial energético a nivel planetario.
A partir de este breve análisis podemos comprender cómo los problemas de las políticas de planificación y del territorio agrícola y forestal de nuestros países han sido descuidados durante mucho tiempo, o tratados con una perspectiva sectorial, fuera de la complejidad de los principios ecosistémicos.
Complejidad que deriva de que el territorio rural es, al mismo tiempo, un sistema ambiental a proteger, un sistema de producción y un sistema de asentamiento.
Cada uno de los tres sistemas tiene sus propias necesidades, que deben ser compatibles entre sí.
Obviamente necesitamos encontrar nuevas respuestas a las emergencias de consumo de suelo, vaciamiento de áreas marginales, erosión de recursos, etc., para que la futura generación de planes y proyectos de transformación puedan leer, con una visión más integral y sistémica, los objetos y sistemas territoriales, con el fin de resaltar sus valores, roles, potencial, vulnerabilidades y conexiones. Los nuevos lineamientos de planificación sustentable señalan la necesidad de considerar los sistemas ambientales y agrícolas como componentes decisivos en las transformaciones territoriales. Una empresa agrícola no es sólo una célula que produce alimentos u otros servicios, sino también una entidad que incide en el paisaje, la biodiversidad, el patrimonio histórico-arquitectónico y rural; es una unidad biológica de un tejido mucho más grande que ya no puede quedar relegada únicamente dentro de los límites del territorio agroforestal.
Las mismas consideraciones se aplican al diseño de contenidos ambientales, ecológicos, paisajísticos y naturalistas que puedan identificarse en las redes ecológicas, entendidas como paradigma de sostenibilidad social y ambiental (Agostini S. et al. 2010).
La propia redacción del Plan General Urbanístico, que subyace a la ordenación de los territorios municipales, contiene en su propia definición un error conceptual, dando protagonismo a la palabra urbanismo y arriesgándose, a pesar de todos los cambios recientes, a poner en el centro de la planificación los valores y contenidos que amplifican esa dicotomía urbanística entre ciudad y campo, ampliando aún más el desequilibrio entre estos dos ámbitos territoriales.
La planificación debe trasladarse a un ámbito ecológico integral, donde se analicen y planifiquen las correlaciones entre el ecosistema social y el ecosistema ecológico y, en este sentido, el análisis de las conexiones e influencias que el proceso de transición agroecológica traerá en el reequilibrio y Relaciones entre ciudad y campo.

Guido Bissanti




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