Reclamemos las reglas de la Naturaleza
Reclamemos las reglas de la Naturaleza
Como afirmó Aristóteles “La naturaleza nunca hace nada inútil”; basta partir de este supuesto para comprender que si la humanidad quiere alcanzar un verdadero progreso y bienestar debe hacerlo exclusivamente dentro de las reglas y códigos allí contenidos.
Reglas y códigos que muchas veces, aún hoy, no son perfectamente claros ni conocidos por la mayoría de la gente.
Evidentemente, sin tener la presunción de constatar toda la complejidad de las leyes de la naturaleza en una publicación de unas pocas líneas, está claro que ésta se basa en códigos obligatorios, contra los cuales nada ni nadie puede ir en contra.
Las leyes de la física (newtoniana y cuántica) son piedras angulares a las que todos debemos responder, incluidos los sistemas económicos, ecológicos y sociales. Toda aplicación incorrecta de estas leyes implica una retroalimentación, implementada por los sistemas naturales, que tiende a restaurar o corregir un defecto «de procedimiento».
En resumen, si implementamos sistemas económicos, ecológicos y sociales, no estructurados sobre las leyes de la naturaleza (que no son más que una matriz de algoritmos físicos y matemáticos), el «Sistema» tiende a restablecer los factores que interfieren.
Dicho así parece sencillo; de hecho, en términos simples, significa que cualquier acción que tomemos sin seguir las reglas de la naturaleza, tiende a restablecer a quien (o aquellos) que la contrastan.
La cuestión nada insignificante es que los recursos de la naturaleza no son infinitos; se trata, como se mencionó, de una matriz compleja (de ahí la idea de la película de 1999 The Matrix) que se estructura en cuatro dimensiones espacio-temporales (las tres dimensiones del espacio y la del tiempo).
La física cuántica, afirmando lo que ya predijo la teoría de la Relatividad, nos dice que la dimensión temporal se genera por cómo articulamos los movimientos y conexiones dentro de las tres dimensiones. Para decirlo brevemente, cualquier acción o reacción que ocurre dentro de nuestro universo (y por tanto en la Tierra) genera una tasa de entropía, función de la cual surge la dimensión del tiempo y su dirección.
Evidentemente no son temas sencillos y se necesita una mínima preparación en termodinámica y mecánica cuántica. Sin embargo, con el desarrollo de las ciencias ecológicas, y con la comprensión cada vez mayor de que éstas se basan en matrices muy complejas, se ha entendido que los ecosistemas son sistemas disipativos, es decir, estructuras termodinámicamente abiertas que funcionan en un estado alejado del equilibrio, intercambiando con el entorno información, energía y materia, generando entropía.
En definitiva, en la Naturaleza se intercambian constantemente las tres formas de la realidad (principio cada vez más evidente en la mecánica cuántica): información, energía y materia, a través del gran motor planetario que es el sol (que por sí solo genera el 95% de la energía necesaria para la vida). ), generando una porción que ya no se puede recuperar, que es la entropía (a partir de la cual se genera el tiempo).
Pero la Naturaleza hace algo excepcional, que todavía necesita ser asimilado a los sistemas sociales y económicos; Sigue una lógica muy clara para hacer que este sistema sea lo más eficiente posible (precisamente «nunca hace nada inútil»), a través de principios que podemos resumir en los siguientes:
1. asume, cuando sea posible, una mayor complejidad para disipar mejor la energía disponible para compartirla bajo las tres formas diferentes de información, energía y materia;
2. se organiza, cuando sea posible, con mayor diversificación, fragmentación y participación;
De esta manera tiende a perpetuarse el mayor tiempo posible, precisamente porque tiende a generar menores tasas de entropía y, por tanto, esa cantidad que da la dirección y la flecha del tiempo.
Todo esto da a los sistemas mayor estabilidad, bienestar y compartición: una matriz verdaderamente democrática.
La moraleja de la cuestión, como alguna vez se usó en los cuentos de hadas que nos contaban, es que para asegurar un mayor bienestar a nuestra sociedad debemos, sin peros, cambiar nuestros estilos de vida, nuestras reglas sociales y económicas, todo lo que cae bajo el cielo de las relaciones entre la humanidad y el planeta que nos acoge.
Fácil de decir pero más difícil de hacer, porque después de siglos de ideologías de lo imposible (como teorías económicas sobre el crecimiento indefinido, supuestos sobre modelos de producción en total conflicto con los ecológicos, sistemas sociales desconectados de los ecológicos, etc.) es posible revertir la situación. La ruta es algo muy complejo.
Sin embargo, los primeros signos de una reversión están presentes y, aunque sean contradictorios, con quienes tienen interés en mantener el status quo, está claro que no hay otro camino.
El camino no es esa sostenibilidad que se ha convertido en un término usado, abusado y a menudo vacío de significado. El camino son aquellos códigos de la naturaleza que, a través de la complejidad de los sistemas y su diversificación, fragmentación y reparto, son los únicos que aseguran una historia de bienestar concreto para la humanidad y el planeta.
Por ejemplo, en el ámbito agrícola, durante demasiado tiempo los intereses de las multinacionales y de algunos sistemas económicos afirmaron que para alimentar a la población del planeta era necesaria una agricultura cada vez más especializada, realizada con grandes cantidades de insumos externos (maquinaria, fertilizantes, herbicidas, etc.). .) y con grandes organizaciones comerciales.
La agroecología (ciencia cada vez más estudiada y contrastada) nos muestra cómo estas afirmaciones, además de no tener fundamento científico, son distorsionadas y engañosas; a través de sistemas agroecológicos, por ejemplo, la población planetaria puede alimentarse mejor y más, sin contaminar (o al menos hacerlo como lo hacen los sistemas naturales) y con sistemas ecológicos y sociales más sanos y democráticos.
Lo mismo se puede afirmar en las leyes de la economía, a las que se han dedicado grandes estudiosos en las últimas décadas (recordemos el trabajo de Ernst Friedrich Schumacher, publicado en 1973, titulado Lo pequeño es bello) y otros economistas que han confirmado cómo el Las leyes válidas para la ecología son idénticas para la economía: diversificación, fragmentación y reparto, dentro de sistemas complejos y más estables, social y políticamente.
Todo esto presagia un gran período de cambios (no se sabe a qué precio) al final del cual el mundo, tal como lo conocemos hoy, estará estructurado, organizado y conectado de manera diferente.
Para hacer esta transición, como se suele decir, se necesita una conversión ecológica que genere una nueva ideología que se aleje del positivismo y de aquellas líneas de pensamiento de las que nació la civilización moderna.
Por otro lado, los análisis de las ventajas de una economía basada en la ecología nos dicen lo siguiente:
– Ahorro en costos de energía: la adopción de fuentes de energía renovables reduce la dependencia de los combustibles fósiles, lo que lleva a una disminución de los costos de importación de petróleo, gas y carbón. Por ejemplo, la energía solar y eólica se han vuelto cada vez más competitivas en términos de costo por kilovatio hora.
– Crecimiento del empleo: los sectores relacionados con las energías renovables, la eficiencia energética y la gestión de residuos ofrecen numerosas oportunidades laborales. Según la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), el sector de las energías renovables ha creado millones de puestos de trabajo en todo el mundo.
– Mayor eficiencia: la adopción de prácticas ecológicas conduce a una mayor eficiencia en el uso de los recursos. Por ejemplo, la implementación de tecnologías de eficiencia energética en las industrias puede reducir los costos operativos y aumentar la productividad.
– Reducción de los costes sanitarios: la reducción de la contaminación atmosférica y de las emisiones de gases de efecto invernadero conduce a una mejora de la salud pública, reduciendo los costes sanitarios relacionados con las enfermedades respiratorias, cardiovasculares y otras relacionadas con la contaminación.
– Mejora del capital natural: la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad genera beneficios económicos, como la estabilización del suelo, la regulación del clima y la disponibilidad de recursos naturales para el turismo y la agricultura sostenible. Estos beneficios suelen ser cuantificables en términos de servicios ecosistémicos.
– Innovación y desarrollo tecnológico: las inversiones en tecnologías verdes estimulan la innovación y el desarrollo de nuevos productos y servicios, creando nuevos mercados y oportunidades económicas.
Estas ventajas (que pueden traducirse en un aumento del PIB) demuestran que una economía ecológica no sólo contribuye a un medio ambiente más sano y sostenible, sino que también aporta beneficios económicos concretos y mensurables.
Baste decir que la restauración de la biodiversidad por sí sola tiene un impacto significativo en el PIB global.
De hecho, la biodiversidad contribuye a los servicios ecosistémicos que son cruciales para la economía global. Estos incluyen la polinización de cultivos, la regulación del clima, la purificación del agua, la prevención de inundaciones y la conservación del suelo. Un informe de 2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estimó el valor global anual de los servicios de los ecosistemas entre 125 y 140 billones de dólares, aproximadamente el doble del PIB mundial ese año.
Un estudio publicado en la revista «Nature» estima que el coste de no hacer nada para prevenir la pérdida de biodiversidad podría reducir el PIB mundial en un 7% para 2050.
La Comisión Europea ha estimado que el valor de los servicios ecosistémicos proporcionados por las áreas protegidas en la Unión Europea asciende a aproximadamente entre 200 y 300 mil millones de euros al año.
Por último, según un informe del Foro Económico Mundial de 2020, más de la mitad del PIB mundial (alrededor de 44 billones de dólares) depende moderada o fuertemente de la naturaleza y sus servicios.
Todo esto nos hace comprender que ha llegado el momento de que la humanidad abandone el camino de la presunción y tome las riendas de la historia siguiendo las reglas y códigos de la naturaleza.
De esta manera, incluso las antiguas distinciones entre derecha e izquierda en política adquirirán nuevas identidades, mucho más claras y evidentes.
Guido Bissanti