Humanidad y Política desalineadas por la Naturaleza
Humanidad y Política desalineadas por la Naturaleza
Ante la enésima crisis política italiana y la repetición cíclica de estos hechos por todo el mundo y ante las guerras del 59* (julio de 2022) que se libran actualmente (prácticamente en todo el planeta) surge espontáneamente la pregunta de si, además de esto, se pone peor.
Ciertamente ante las atrocidades de la guerra que “democráticamente” cosechan hombres y mujeres de todas las edades, habría que reflexionar que no podemos ir más allá.
Desafortunadamente, si las guerras matan las vidas inocentes de personas en todo el planeta, privándolas primero de sus derechos y, a menudo, también de sus vidas, ahora existe una amenaza mucho mayor que amenaza con acabar con nuestra civilización, al menos como la conocemos hoy. .
La mayor amenaza proviene de la forma en que vemos y usamos los bienes de la Madre Naturaleza.
Para la mayoría de las personas, su cultura y las consecuentes ideologías y acciones políticas existe una distancia tan grande entre los principios de la naturaleza (ética ecológica) y los de nuestro comportamiento (y por tanto de la política) que la verdadera crisis no es la cíclica. .varios gobiernos y, desgraciadamente, de la tercera guerra mundial repartidos. La única crisis real y real es que todavía, como afirman muchos científicos ahora: «Defendemos la naturaleza solo si hay que ganarla» y este es un comportamiento político que observamos hoy en todos los programas mundiales y europeos destinados a dar «sostenibilidad». A sus agendas.
Baste decir que el Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia (PNRR), por citar quizás el más conocido, prevé un paquete de inversiones y reformas, dividido en seis misiones que, para analizarlas con ojos de expertos, son casi exclusivamente una cantidad masiva de inversiones destinadas a la financiación de proyectos, etiquetados con el término sostenible, pero que, en realidad, casi no tienen sincronía con las dinámicas y necesidades del ecosistema y, por tanto, de la humanidad presente en él.
Estas consideraciones, que podrían parecer muy subjetivas, surgen en cambio de datos, estudios y análisis ahora conocidos por gran parte del mundo científico, mucho menos por el político y, menos aún (casi nulo), por el financiero.
Esta decisión fue (si alguna vez fue necesaria) el último informe de la IPBES (Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas), que es la plataforma de política científica intergubernamental de la ONU sobre biodiversidad y servicios de los ecosistemas, con el objetivo de mejorar la interfaz entre ciencia y política en temas de biodiversidad y servicios ecosistémicos y que está destinado a desempeñar (esperamos) un papel similar al del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC).
Como si dijera que IPBES es para la biodiversidad lo que el IPCC es para el clima.
Esta organización intergubernamental representa el punto de referencia científico más importante para la protección de las especies vivas de plantas y animales. Fueron necesarios cuatro años de trabajo para escribirlo, coordinados por 82 investigadores, junto con cientos de expertos, que evaluaron miles de estudios y fuentes.
La conclusión dramática es que la humanidad está destruyendo la especie de cuya protección depende su propia supervivencia.
Las conclusiones de este informe son que sin ellas, el 70% de la población mundial ya no podría disponer de los medios necesarios para su subsistencia. De hecho, estas son especies fundamentales, por ejemplo, para la alimentación, para la producción de energía, para la obtención de materias primas, para la fabricación de medicamentos, para el turismo.
Pero hay más Desde un punto de vista económico y ético, el documento, de hecho, pinta un panorama sombrío. De acuerdo con la IPBES, de hecho, la protección de la naturaleza todavía está subordinada casi por completo a la ganancia. Como se mencionó, lo protegemos si hay algo que ganar.
La Plataforma Intergubernamental de Naciones Unidas ha explicado, sin rodeos, que el hecho de privilegiar siempre los beneficios a corto plazo y, en general, el crecimiento económico, basados en indicadores puramente cuantitativos como el PIB (Producto Interior Bruto), nos hace perder totalmente vista del valor no financiero de la naturaleza. Que se trate solo como una mercancía, más que como una herramienta para evitar la catástrofe climática, para proteger las identidades culturales de los pueblos indígenas, para mejorar la calidad de vida de las personas, para proteger la salud pública.
Según la investigadora mexicana Patricia Balvanera, bióloga y coautora del informe, “Vemos a la naturaleza como una inmensa fábrica que provee bienes por los cuales los consumidores aceptan pagar un precio impuesto por el mercado. La pregunta que nos hacemos es: ¿cuánto tendré que pagar por este café? Pero ignoramos por completo los otros costos que impone la cadena de suministro. Tampoco consideramos los procesos ecológicos que permitieron la producción de ese café, así como las consecuencias sociales».
Hemos desarrollado, especialmente desde el advenimiento del liberalismo económico y las políticas mundiales resultantes, un enfoque puramente económico, que abarca todos los demás aspectos e impactos.
Es como si quisiéramos resolver una ecuación, tratando de equilibrarla, pero ignorando la incógnita más importante que es la organización ética y económica de la Naturaleza.
Un comportamiento tan innato en nuestro ADN y en nuestras políticas que estamos más que seguros de que estas crisis cíclicas (ayer, hoy y mañana) no conducirán a nada bueno sino a empeorar los acontecimientos si no ponemos en juego la variable Naturaleza. lo desconocido (con sus necesidades y reglas).
Para ello debemos desmantelar por completo nuestra lógica política que ve, en los mercados, sólo en la ganancia, en la competencia, en el «Desarrollo Sostenible», lo que en sí mismo es un oxímoron (pues no existe algo que pueda crecer indefinidamente y ser también sostenible – termodinámica docet), el modelo que, en palabras, queremos cambiar pero que de hecho se sigue persiguiendo en el andamiaje político de Occidente y Oriente que, al fin y al cabo, son ramas de un mismo árbol.
En este sentido, IPBES no es solo un estudio científico: es una advertencia de que el mundo cambiará radicalmente su modelo de desarrollo.
Debemos «renaturalizar» nuestras ideas políticas, nuestros modelos financieros, y renaturalizar significa ante todo reconectar a cada persona con la naturaleza que le rodea, conectando y sincronizando sus necesidades con las ecológicas (y no al revés).
Recientemente traté este tema en mi último libro titulado «Ecología entre el cielo y la tierra», publicado por Medinova, donde se explican estas dinámicas, cuáles son las soluciones para enfrentarlas y cómo cambiar los estilos de vida.
La síntesis del texto lleva a considerar que debemos revertir nuestra forma de pensar la economía (con todas las consecuencias sociales y ambientales): no una economía que sea sostenible para el ecosistema sino una política ecológica que cree un nuevo modelo económico, partiendo precisamente del respeto a la naturaleza en su totalidad. Debemos entender, que es sólo entrando en la plena comprensión de las reglas de la naturaleza que podemos encontrar el verdadero bienestar.
Por ejemplo, no es del todo cierto (y está científicamente comprobado) que para alimentar al mundo debemos producir con pesticidas y herbicidas, en nombre de proteger los rendimientos productivos. Este paradigma productivo, anhelado por una determinada organización de los mercados, y su dinámica, nos ha llevado a modelos productivos de las explotaciones muchas veces basados en el monocultivo o, en todo caso, en el empobrecimiento de la biodiversidad. En estas condiciones hemos alterado no sólo la dinámica ecológica (con disminución de la productividad primaria de los sistemas agrícolas) sino que, además, hemos tenido que recurrir a un control externo de los desequilibrios provocados (mediante el uso frecuente de venenos y sustancias tóxicas para seres vivos y para el hombre), generando una deriva cada vez más amplia entre las necesidades de los sistemas naturales y las de los sistemas agrícolas (lo mismo puede decirse de todas las actividades humanas).
En pocas palabras, nuestro planeta es capaz, con su enorme patrimonio energético (del cual el 95% es renovable) y biodiversidad, de satisfacer suficientemente las necesidades no solo ecológicas sino también humanas, solo si estas últimas están sincronizadas con las primeras.
Para ello es necesario comprender, en primer lugar, que cada vez que aniquilamos o matamos a un ser vivo (incluso al más microscópico) por lucro o por un rendimiento productivo, de hecho estamos empobreciendo y matando de hambre al planeta cada vez más, alejándonos peligrosamente de sus reglas (y por lo tanto rompiendo las reglas de la física) que, si se observan y aplican, son las únicas que pueden hacernos regresar a nuestro hogar.
Hemos construido leyes económicas contrarias a las leyes de la física y, en última instancia, la naturaleza está cobrando la factura.
Sí, porque ecología y economía tienen en común el mismo término, a saber, ese òikos que significa familia u hogar, con sus reglas y principios.
Guido Bissanti
* Según el proyecto Armed conflict location & event data (Acled), una organización no convencional que recopila datos no agregados para monitorear conflictos, actualmente hay 59 guerras en el mundo (julio de 2022).