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Devolvamos la naturaleza a la ciudad

Devolvamos la naturaleza a la ciudad

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es un programa de acción para las personas, el planeta y la prosperidad firmado en septiembre de 2015 por los gobiernos de los 193 países miembros de la ONU.
Dentro de este programa amplio e interconectado, encontramos 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible – Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS – que atraviesan 169 ‘metas’ o hitos.
En este aporte entraremos en detalle del Objetivo 11, que tiene como objetivo crear condiciones de vida sostenibles en ciudades y comunidades, y precisamente en la meta 11.7 «Para el 2030, brindar acceso universal a espacios verdes y públicos seguros, inclusivos y accesibles, en especialmente para mujeres, niños, ancianos y discapacitados «.
Un hito importante que, entre otras cosas, se proyecta con la previsión de que en 2030 cinco mil millones de personas vivirán en la tierra en contextos urbanos.
En este punto, sin embargo, necesitamos mucha claridad sobre el concepto de “espacios verdes y públicos seguros, inclusivos y accesibles”, para evitar muchos errores del pasado.
Dentro del concepto inclusivo y accesible, se debe hacer un énfasis adecuado, especialmente en referencia al valor educativo que la naturaleza ejerce sobre los sectores más jóvenes de la población, los niños.
En este sentido, ya a principios del siglo pasado María Montessori había intuido el vínculo especial que existe entre la infancia y la naturaleza, captando su inmenso potencial educativo. En su primer libro «El método de la pedagogía científica aplicada en los hogares de los niños», publicado en 1909, dedicó todo un capítulo a «La naturaleza en la educación», considerándolo uno de los elementos más importantes para ser utilizado en la escuela.
Montessori había adivinado lo fundamental que era un camino de crecimiento para los niños en el futuro equilibrio psicofísico, hasta acompañarlos, en la fase adulta, a una perfecta relación de fuerza y ​​conciencia con la naturaleza.
El hecho de que nuestras ciudades hayan crecido sobre hipótesis urbanísticas más o menos futuristas, por un lado, o de forma desordenada y no planificada por otro, hace comprender cuántos desequilibrios, vividos y presentes en nuestra sociedad actual, son el resultado de una pobreza de visión de la que una “cultura” liberal y capitalista sin escrúpulos se ha convertido en intérprete.
La mayoría de las generaciones nacidas en las grandes ciudades y metrópolis del mundo no solo han experimentado la violencia de un modelo de vida alienado y alienante, sino que no se han beneficiado de esa capacidad educativa propia de la naturaleza.

Una capacidad educativa que se compone de observación, reflexión, aprendizaje, preguntas, etc., que son las bases para que un niño crezca y se convierta en Persona.
Considere que a nivel planetario, las ciudades de hoy albergan aproximadamente la mitad de la población (3,5 mil millones de personas) pero ocupan solo el 3% del territorio de la Tierra. A pesar de esta pequeña medida, son responsables del 60% del consumo de energía y recursos y del 70% de las emisiones de carbono a la atmósfera.
Esta rápida urbanización, especialmente en los países en desarrollo, no solo ha ejercido una fuerte presión sobre el medio ambiente, especialmente para la gestión del suministro de agua dulce y los sistemas de eliminación de aguas residuales, sino que ha relegado a la mitad de la población mundial a una vida antinatural y no educativa.
Pero, ¿cómo se recupera tanto terreno perdido?
¿Cuáles son los criterios para “proporcionar acceso universal a espacios verdes y públicos seguros, inclusivos y accesibles, especialmente para mujeres, niños, ancianos y discapacitados”?
La respuesta es como una medalla de dos caras:
– por un lado, es necesario empezar a repensar una recuperación paulatina de las zonas urbanizadas, donde la degradación y la falta de interés residencial a menudo manifiestan esta necesidad;
– por otro lado, es apropiado abordar esta recuperación o remodelación «verde» permitiendo que los hábitats sustraídos por la actividad de construcción salvaje entren en los centros urbanos.
Este último aspecto es de gran importancia, no solo por los beneficios de la vegetación sino sobre todo por la calidad e identidad educativa que trae consigo un hábitat natural redescubierto y / o restaurado.
Una pequeña venganza de la naturaleza no contra el hombre sino contra el hombre; una recuperación de hábitats y corredores ecológicos que revierten, en parte, esa aberración urbana hija de un dios menor con la que nos hemos manchado entre el siglo pasado y hoy.
Una forma de hacer política social, a partir de esas aberraciones, contra las que, en 1968, Robert Kennedy, en su célebre discurso sobre el PIB, había señalado con el dedo: «Nunca encontraremos un fin para la nación ni nuestra satisfacción personal en la mera la búsqueda del bienestar económico, en la acumulación incesante de bienes terrenales… ”.
Una profecía que hoy está manifestando toda la pobreza de una idea de vida, y por tanto de convivencia con la naturaleza, que debemos reconstruir no solo y tanto para proteger la naturaleza sino para que ella, con su enseñanza, nos proteja.

Guido Bissanti




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