Cuánto nos cuesta perder biodiversidad
Cuánto nos cuesta perder biodiversidad
Érase una vez el capitalismo. Así que la discusión sobre el modelo económico y político que ha caracterizado el último período de la mayoría de las civilizaciones del planeta tierra podría comenzar en los libros de historia en algún momento.
Un capitalismo que fue concebido o, si se prefiere, generado por ese modelo cultural que ha colocado en el centro el concepto de negocio y de mercado y ha marginado el capital natural, compuesto por la biodiversidad, los recursos no renovables y la calidad de los renovables, como suelo, aire y agua.
Un sistema ideológico empresarial que ha desordenado los números, confundiendo riqueza privada con riqueza, riqueza monetaria con prosperidad, y así sucesivamente.
Los grandes balances y las grandes proyecciones de los economistas y defensores del capitalismo carecen de la moneda más esencial que fue, es, y siempre será el capital natural, como se definió anteriormente.
Ahora para hacer las cuentas exactas y rechazar, sin posibilidad de reparación, esos economistas «eruditos» piensan en diversas instituciones, organismos de investigación y académicos que, poniendo la moneda del capital natural de nuevo en las cuentas económicas, se están dando cuenta de cuánto cuesta ( y cuánto costará todavía) a la humanidad y al planeta Tierra haber perpetrado un modelo económico tan imprudente durante más de cien años.
En los últimos tiempos, algunos académicos, incluido Sir Robert Watson, presidente de la Plataforma Intergubernamental de Política Científica sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), han devuelto los costos no considerados en las «calculadoras» y lamentablemente han sacado las verdades relativas, a saber que la pérdida de biodiversidad, ligada a nuestra forma de hacer economía, cuesta más de una vez y media el Producto Interno Bruto (PIB) mundial, por una cifra que alcanza los 145.000 millones de dólares al año.
Como resultado de esto, debido al nuevo orden termodinámico del planeta, estamos generando esos cambios ecológicos, climáticos y la pérdida de biodiversidad que ya no pueden considerarse temas separados sino que deben abordarse de manera conjunta e inmediata.
Un dato oficial nos dice que al menos un millón de especies vivas de 8 millones desaparecerán en las próximas décadas; una pérdida del 15% de la biodiversidad, que no indica una extinción masiva, pero que sin embargo es inaceptable y cuyas consecuencias, si queremos verlas solo desde un punto de vista monetario (pero esto, como se mencionó, es un criterio muy limitado ), será catastrófica, arrastrando consigo la pobreza, el hambre, la injusticia y la inestabilidad política.
Según la IPBES, en los últimos 50 años, la intervención humana ha transformado significativamente el 75% de la superficie terrestre, causado impactos acumulativos en el 66% de las zonas oceánicas y destruido el 85% de los humedales.
Entre los servicios que brinda la biodiversidad a los ecosistemas, cuyo valor, como se mencionó, se estima en aproximadamente 145 mil millones de dólares anuales, se encuentran la polinización de cultivos y la potabilización del agua, por nombrar algunos, que el hombre amenaza y destruye.
Con estos datos, y sobre todo con sus proyecciones, ya no podemos dormir tranquilos pero, sobre todo, debemos cambiar globalmente la forma de hacer economía y, sobre todo, de hacer política y crear las conciencias adecuadas para hacerlo.
ISPRA se añadió en un informe reciente a estos datos, de manera paralela, y en relación con la condición italiana. El estudio evaluó los daños causados por la pérdida de biodiversidad, que, por si fuera poco, continúa a un ritmo acelerado, con una tasa que los expertos estiman entre 100 y 1000 veces superior a la registrada en tiempos prehumanos.
Los costos estimados superan con creces los 10.000 millones de euros por el daño causado hasta ahora por la pérdida de biodiversidad. Recordamos al respecto que el PIB de Italia ronda los 2.000.000 de euros.
En definitiva, todo el patrimonio natural que ha consumido el sistema capitalista se ha transformado en grandes riquezas monetarias sin que éstas tengan la capacidad de restaurar el patrimonio que las generó.
Hemos sido testigos de lo que sucede con las leyes de la física, donde, como resultado de reacciones térmicas, producimos formas de energía degradadas que ya no son capaces de restaurar su estado original: la termodinámica docet.
¿Qué significa todo esto en términos prácticos?
Significa que necesitamos un cambio profundo y voluntad política, especialmente en el uso de la energía y los recursos, pero también necesitamos una forma diferente de formular los presupuestos y las cuentas públicas de un país, abandonando la anticuada fórmula del PIB (de la que son todavía lamentablemente llenas de referencias políticas y noticias).
Debemos cambiar por completo la forma de producir bienes y servicios para la humanidad, implementando sistemas en los que la producción del bien no corresponda a la reducción o eliminación de una porción de la biodiversidad y el capital natural.
Un caso sobre todo es el del uso de sustancias sintéticas en la agricultura, como insecticidas, herbicidas, fertilizantes sintéticos, etc., cuyo uso afecta directa o indirectamente los recursos naturales (como los necesarios para la producción de algunos fertilizantes químicos) y sobre las poblaciones de insectos, aves, mamíferos, reptiles, anfibios y diversos organismos que, con su disminución o desaparición, desestabilizan biocenosis ecológicas enteras con un daño inconmensurable. Si a esto le sumamos la constante pérdida de fertilidad de los suelos, de su consistencia y la disminución de la biodiversidad agrícola, sabiamente seleccionados, para una mayor resiliencia, por el conocimiento de los antiguos agricultores, nos damos cuenta que la pérdida de biodiversidad y recursos naturales corresponde a una pérdida. del conocimiento, que también es un patrimonio difícil de recuperar.
¿Qué nos queda por hacer entonces?
La receta es compleja y requiere tiempos medio-largos que, cruelmente, pueden no ser compatibles, con la solución del problema.
Pero queda un gran recurso: la dignidad de cambiar nuestras formas de pensar, de concebir el concepto de riqueza, de volver a ponernos de pie para construir un nuevo humanismo y una nueva forma de ver las relaciones entre las cosas del mundo; un desafío que el Papa Francisco presenta como tarea para los próximos años es que se plasme en su Encíclica “Hermanos todos”.
Esto podemos y debemos hacer; es el mandato que la historia le ha dado a esta generación.
Guido Bissanti