Agroecología: Cuando la naturaleza regresa para guiar la agricultura
Agroecología: Cuando la naturaleza regresa para guiar la agricultura
El surgimiento del modelo agrícola intensivo, a partir de la década de 1950, condujo a una profunda transformación de los agroecosistemas. La creciente especialización de los cultivos, la simplificación estructural de los sistemas de producción y la reducción de la biodiversidad funcional condujeron a una progresiva ruptura del equilibrio ecológico. En estas condiciones, las explotaciones agrícolas mostraron una mayor vulnerabilidad a plagas, patógenos y estrés abiótico, lo que resultó en el uso masivo de pesticidas sintéticos.
El uso de moléculas químicas —insecticidas, fungicidas, herbicidas y rodenticidas— sin duda ha ayudado a estabilizar los rendimientos y limitar las pérdidas de producción. Sin embargo, este enfoque ha generado importantes externalidades ambientales: contaminación de matrices ambientales (suelo, agua, aire), acumulación de sustancias tóxicas a lo largo de las cadenas alimentarias, pérdida de biodiversidad y debilitamiento de los servicios ecosistémicos. La simplificación funcional de los agroecosistemas también ha favorecido la aparición de resistencia en numerosas especies objetivo, alimentando un círculo vicioso de aumento de tratamientos, pérdida de eficiencia y aumento de los costos de producción. Un indicador paradigmático de esta dinámica es el declive progresivo de los insectos, conocido en la literatura como «declive de insectos» y, en la cultura popular, como el «efecto parabrisas». Metaanálisis recientes han estimado una tasa promedio de declive del 2,5 % anual, con valores generales que indican que aproximadamente el 40 % de las especies conocidas están en declive, mientras que un tercio se encuentra en peligro de extinción (Bahlai, 2019; Sánchez-Bayo y Wyckhuys, 2019). Estudios regionales han documentado pérdidas aún más significativas: una disminución del 75 % en la biomasa de insectos voladores en reservas naturales alemanas en 25 años, una disminución del 90 % en la población de mariposas monarca en Norteamérica en las últimas dos décadas y una disminución del 58 % en lepidópteros en tierras agrícolas inglesas en menos de una década (Dirzo et al., 2014).
Las causas de este colapso entomológico son multifactoriales, con tres impulsores principales:
Pérdida y fragmentación de hábitats naturales, debido tanto a la expansión agrícola como al desarrollo urbano; Uso masivo y persistente de pesticidas sintéticos, que afectan no solo a los insectos objetivo, sino también a los insectos benéficos y enemigos naturales, reduciendo la complejidad trófica;
El cambio climático, que altera los ciclos de vida y reproducción de los insectos, comprometiendo la adaptación fisiológica de las poblaciones (Bale et al., 2002; Sunday et al., 2012).
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La disminución de los insectos tiene implicaciones críticas para el funcionamiento de los ecosistemas. Son elementos clave en los procesos de polinización, descomposición y reciclaje de materia orgánica, además de representar un componente fundamental de las cadenas alimentarias. Incluso la pérdida parcial de estas poblaciones puede conducir a situaciones de «extinción funcional», con graves repercusiones en la estabilidad de los ecosistemas y los sistemas agrícolas que dependen de sus servicios.
Las consecuencias también afectan directamente a la salud humana. Numerosos estudios han documentado la presencia generalizada de residuos de plaguicidas en los alimentos y el cuerpo humano, con mayores concentraciones en niños que en adultos (EEA, 2023). Dichas exposiciones se han vinculado a enfermedades crónicas, como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, respiratorias y neurológicas. Al mismo tiempo, el coste económico de la dependencia de moléculas sintéticas está aumentando: desarrollo de resistencia, aumento de las dosis utilizadas, necesidad de nuevas moléculas, además de los costes indirectos relacionados con enfermedades profesionales, intoxicaciones y pérdidas de producción debido a la reducción de la polinización. Las alternativas disponibles incluyen el manejo biológico e integrado de plagas, que implica el uso de mecanismos ecológicos naturales (depredación, parasitismo, competencia) y técnicas de bajo impacto ambiental, con el objetivo de contener las poblaciones dañinas dentro de umbrales económicamente inofensivos, sin buscar la erradicación. Ejemplos documentados, como el manejo ecológico del arroz en Asia, demuestran cómo la adopción de enfoques agroecológicos puede reducir drásticamente el uso de pesticidas y aumentar la producción, con beneficios económicos y ambientales a largo plazo.
A la luz de esta evidencia, es evidente que superar la dependencia actual de los productos sintéticos no puede lograrse únicamente mediante técnicas de mitigación, sino que requiere un cambio en el paradigma productivo. Es necesario transitar hacia un modelo en el que la gestión agrícola se armonice con los procesos ecológicos, valorando la biodiversidad funcional y los servicios ecosistémicos como elementos estructurales del sistema productivo.
Este modelo está representado por la agroecología, entendida como un enfoque científico, práctico y político capaz de integrar principios ecológicos, sostenibilidad económica y equidad social. Representa la verdadera «revolución verde» del siglo XXI, la única forma de garantizar la resiliencia, la sostenibilidad y la seguridad alimentaria para las generaciones futuras.
Guido Bissanti
